«[…] es verdaderamente torpe e indecoroso ver a individuos que, siendo varones, se ponen ropas femeninas y envilecen el vigor viril transformándose obscenamente en mujeres; no se avergüenzan de meter los rudos bíceps de soldados en túnicas femeninas, rostros con tanta barba quieren parecer hembras […]».
Cesáreo de Arles (470-543)
Un reino de utopía, de abundancia, de igualdad y de libertad se establece desde la Antigüedad en el invierno, más recientemente a las puertas de la Cuaresma. Frente a las fiestas oficiales, en las que el poder civil y el poder religioso imponen la representación de la férrea jerarquía social, el Carnaval supone la inversión contractual de dicha jerarquía. En esos días, el orden oficial y las reglas cotidianas se vean alteradas por el imperativo absoluto de la propia fiesta. El pueblo entra en una dimensión vital completamente distinta, entra en una «segunda vida» diferente a aquella en la que se desenvuelve el resto del año.
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