“De manera, que contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias. Yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia.”
(Cap. IL, 1ª parte de “El Quijote”).
Hoy te escucho a las 11 de la mañana desde Winterthur oyendo de fondo el repique de las campanas de una iglesia cuyo campanario está coronado por un gallo símbolo de la Iglesia Protestante. La Reforma luterana y calvinista en esta zona suiza quedó totalmente establecida y numerosos elementos artísticos así lo dejan patente.
Es un momento donde tu mente divaga pensando en un futuro más o menos cercano, y teorizas sobre fechas próximas donde las campanas dejarán su lugar a la voz de los imanes que llamarán a la oración desde lo alto de los minaretes de las mezquitas.
Te pones en marcha y como es habitual en estas jornadas suizas el paso de un cantón a otro es hago habitual. Dejas el cantón de Zürich y te incorporas al de Turgovia a través de la villa de Aadorf. Continuas por Münchwilen y Weieren, localidades cercanas a tu lugar de destino situadas en una meseta a los pies del monte Freudenberg. Hoy te envuelve un agradable paisaje salpicado de una serie de estanques que se cavaron y llenaron entre los siglos XVII y XX y servían como depósito en caso de incendio y como reserva de agua para las industrias locales del blanqueo del lino.
De nuevo cambias de cantón para introducirte por la ciudad de Oberbüren en el cantón de Sankt Gallen (San Galo en castellano), en cuya capital descansarás de la etapa de hoy.
El camino de hoy ha combinado caminos entre bosques y la fría carretera. Me encanta escucharte haciendo tus pinitos con el alemán, aunque lo calificas de “muy difícil”.
San Galo o San Gall es una ciudad donde se encuadra la impresionante Abadía de San Galo inscrita en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
El centro de la ciudad está construido sobre un terreno inestable, y muchos de los edificios se encuentran construidos sobre pilotes.
El origen de la ciudad se debe al monje irlandés Gallus (o Galo), que llegó como novicio a la zona de lo que hoy es Suiza para convertir a los alamanes al cristianismo en el siglo VI. En el año 747 sobre el lugar en que se situaba una ermita, se erigió una abadía que lleva el nombre del santo. Con continuas hostilidades contra el Obispado de Constanza, la abadía se convierte en un importante centro cultural y de poder en Europa, poseyendo una espléndida biblioteca (que se puede todavía visitar). En el siglo X la escuela de la abadía tenía 300 alumnos y su territorio abarcaba unas 48.000 hectáreas.
Alrededor de la abadía se formó la ciudad, que con el transcurso del tiempo creció, creando un contrapeso al poder político y eclesiástico del monasterio.
El aspecto general del complejo religioso es el de una ciudad de casas aisladas con calles entre ellas. Está edificado claramente de acuerdo a la regla benedictina, que establecía que, si era posible, el monasterio contuviese todo lo necesario para la vida, así como los edificios conectados más íntimamente con la vida religiosa y social de sus internados. En su origen comprendía un molino, una panadería, establos, así como acomodación para llevar a cabo todas las artesanías dentro de las murallas, de modo que no fuese necesario para los monjes salir de los límites del monasterio.
Sin embargo te llama la atención, además de la abadía, el conjunto de marquesinas espectaculares que hay por toda la ciudad, destacando por sus tallas, decoraciones,…También te sorprende el número de restaurantes portugueses que encuentras, lo que demuestra que el pueblo luso fue uno de los que más emigró a Suiza durante los movimientos demográficos de la segunda mitad del pasado siglo XX.
En uno de los edificios anexos a la abadía descansan los viajeros peregrinos, aunque tú reposarás en casa de tu anfitrión Milan, trabajador de correos que también hace rutas en bicicleta y que queda asombrado ante tu aventura de dos años.
Curiosa resulta esta Suiza, esta mañana en la protestante Winterthur y al término de la jornada en la católica San Galo. Así es este pequeño país, una compleja diversidad que rara vez podrá repetirse en otro lugar de la Tierra.
En los últimos seis kilómetros un nuevo escudero te acompaña hasta Saint Gallen y te hace una interesante visita guiada en bici a la ciudad. Este personaje ha estado en Nueva Zelanda, por lo que la casualidad os ha unido para que puedas conocer del país objetivo de tu hazaña.
Despido la crónica de hoy con la última anécdota que me cuentas. En una de las fotos podemos ver un puente con un cartelito con la palabra STOP. Es curiosa la descripción de ese lugar. En este puente a lo largo de la historia decenas de personas se han quitado la vida, por ello en el cartel aparece un número de teléfono de una asociación para intentar en un último momento ayudar al que ha decidido suicidarse. El lugar impone respeto pensando en la gente que haya decidido dejar este mundo por diversas razones, y ante tal instante casi místico tu reflexión es concluyente: “La vida merece la pena”.
Por Ángel Martín-Fontecha Guijarro
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